Fuera de mi mundo 2.0: Mi primera semana como voluntaria en Nepal

El pasado 30 de mayo aterricé en el aeropuerto internacional Tribhuvan, en Katmandú, tras 14 horas de viaje. Amabilidad, calor, caos circulatorio y un amplio abanico de colores fue lo primero que encontré en tierra, tras ver desde el cielo el blanco Himalaya en contraste con las coloridas tiendas de varios campamentos de refugiados repartidos por los alrededores de la capital. Forman parte de la vista que cerca a la capital tras el fatídico terremoto del pasado 25 de abril, dejando un paisaje lleno de muertos, personas sin hogar y casas destruidas. Pero en mi camino por las calles hacia el jeep que me llevaría a mi destino, solo vi una casa desmoronada por el temblor. Tras 4 horas más de viaje junto a 5 nepalíes, sin apenas espacio para estirar las piernas y pegados unos a otros, pero rodeada de una visión espectacular, llegué a Hetauda, al sur de Nepal, ciudad que es ahora y durante dos semanas más, mi hogar. NepalSonrie Desde entonces, hago y deshago los cinco metros que separan la habitación que la ONG Nepal Sonríe tiene alquilada y la Bal Griha en la que trabajo como voluntaria. Aprovechando al máximo las horas de luz distribuyo mi tiempo entre talleres y juegos con los niños, llevarlos al cole, ayudarles con su higiene dental, clases de inglés con las trabajadoras de la casa, limpieza e inventario para observar las necesidades de los pequeños, evaluación de daños en la vecina Bastipur, elaboración de informes y la grabación de un reportaje para que Nepal persista en la memoria de todos cuando la fiebre del terremoto haya pasado. Nepal ya era un país pobre antes del terremoto. Pobre, pero lleno de vida, de contrastes, de gente luchadora orgullosa de ser nepalí,a la que le queda fuerza suficiente para levantarse de nuevo tras la tragedia. Sólo necesitan que les echemos una mano.

Danza en Hetauda, Nepal
Danza en Hetauda, Nepal

Y para eso vine a la casa de acogida, para poner mi granito de arena. No esperaba encontrar un salario tan alto por mi humilde aportación: me pagan con besos sinceros, abrazos desinteresados, caricias cargadas de afecto, sonrisas llenas de inocencia, lealtad y afecto. La mejor paga de toda mi vida.

La mochila de piedras que llevaba colgada a la espalda se quedó en Madrid. Aquí estoy llenando una nueva con ternura, risas, ganas de vivir y nuevos proyectos, para seguir teniendo mi hueco en el corazón de los niños cuando ya no esté aquí.